sábado, 3 de agosto de 2013

Oliver y el Capital del Admirals Arms

Me avisó que algo publicaría el pasado domingo.

Hoy, tras la barra, alguien me ha comentado que había visto un artículo hablando de mi y de mi local en la edición del Jueves. He llegado a casa. He buscado en internet. Y he leído.

Recuerdo cuando, un día, en un lugar mágico para mi, Oliver y yo, hablábamos de la actitud de la gente. Recuerdo decirle que me gustaba rodearme de gente alegre. Independientemente de sus circunstancias... gente alegre.

La vida, en mi aún corta edad, me ha llevado por momentos dulces y trágicos. Todo ser vivo conoce o tiene esta sensación. Es la vida.

Cuando cierta "racha" se alarga demasiado, uno tiene la percepción de que se está volviendo pesado a base de repetir, aun con diferentes palabras o persepectivas, un mismo problema. Y aunque a mi no me gusta molestar a los amigos, para eso están los desconocidos, no puedo negar que me estoy convirtiendo en alguien que se repite demasiado, cayendo incluso en la dramática situación de querer que la marea suba o baje en el momento y en la forma que uno desea. Necio.

Desde antes de existir la informática, más allá de la ciencia ficción, yo quería ser programador  de "máquinas".

Me parecía mágico, que con una serie de instrucciones, pudiese "crear" otros procedimientos que ayudasen al ser humano, no sólo en sus tareas cotidianas, sino incluso, en su creatividad.

Tras curvas que tenían, vistas desde esta lejanía, su sentido, tuve la gran fortuna de dedicarme a aquello que me hacía feliz.

Por otro lado, escribir y poner unos acordes a lo escrito, lejos de querer nunca ser mi profesión, me acompañó, como lenguaje principal de mis emociones y "filosofías".

Ambas cosas, por el capricho del destino, o por que la corriente me llevó con ambos remos, me hicieron naufragar en un lugar maravilloso llamado, como si el nombre fuese una profecía, "La Escuela".

Y es ahí, como decía, cuando una noche; una de esas mágicas y embriagadores noches, le decía a Oliver que me gustaba rodearme de gente alegre.

Arropado por la amnistía de mi condición sexual, cómicos y públicos tocamientos lujuriosos, unidos a nuestras lunáticas conversaciones, creo yo, dieron comienzo a la unión del mayor sentimiento que el ser humano haya podido conocer.

Ser amigo de Oliver no es fácil. Te hace sentir importante y querido en el corto transcurso de tiempo que te dedica su presencia. Y como si de un ave migratoria con prisa, se tratase, aparece y desaparece sin saber la huella que en el amigo has dejado.

Es difícil saber si eres amigo de alguien si lo cotidiano no se da.

Pero hace mucho que decidí que mis sentimientos estarían por encima de las relaciones sentimentales. Para que alguien sea mi amigo, me basta con quererle.  Lo que mi existencia signifique en su vida, lo dejo a su maravillosa libertad de pensamiento.

Pero un día alguien te dice tras la barra de un bar, que alguien hablaba de ti en una publicación. Y llegas a casa, y lo buscas, y lo lees....

Y aunque sabes que lo importante del texto no eres tú, si no la emoción por las cosas que el autor quiere transmitir, eres tú el que lleva el nombre, y te imaginas en frente del amigo que te escribe.

Tus ojos reaccionan con humedad. Tu piel se transporta a momentos especiales. Y descubres que ese, que no comparte lo cotidiano, escucha y entiende lo que entre lineas comunicas. Y te das cuenta, en una maravillosa conjunción de pensamientos racionales  y emocionales, que también eres importante en su vida.

Yo, que doy un abrazo porque no tengo nada que ocultar, y aun con mi celosa intimidad, nada que esconder. El pequeño de tres hermanos que, al igual que en la fábula de Silvio, mira donde pisa pero se deja deslumbrar por el festival de las estrellas y la danza calmada de las nubes.  El que estudió informática... porque veía magia en ello.

Yo, querido Oliver, te doy las gracias por caminar a casa pensando en lo que hablamos y en todo lo que está por venir. Te doy las gracias por no juzgar la inconsciencia de éste que devuelve las monedas tiradas en el suelo y para quien la iluminación del crepúsculo es suficiente para que todo merezca la pena.

Tengo la inmensa fortuna de rodearme de gente maravillosa. Gente a la que quiero como son, y que me quieren como soy.

Gente como ese amigo que, este jueves, gritó mi nombre unido a la palabra magia.

Gente a la que no me gusta molestar demasiado. Para eso... están los desconocidos.

Gracias, amigo.

Alan-h
El último Vr

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