martes, 27 de noviembre de 2007

Rosas Amarillas

Entre el día y la noche, camina la princesa vestida de negro. Mirando fortuitamente al cielo que ya deja ver suavemente la luna en un amoroso relevo con el sol que sucede cada día. Mirando al suelo de tierra aparentemente desierto de vida. Viendo la punta de sus pies en un vaivén provocando el lento avance a ningún sitio. Agua de ojos que cae por la mejilla, y como gota de rocío se hunde en el sendero caminado.

Viento templado que mueve las ropas. Ropas negras y negro el pelo que apenas deja ver el rostro. Sin un destino camina la princesa vestida de negro. Sin un destino, pero caminando va.
¿Donde está el secreto del sendero? ¿Donde llega su otro fin? ¿Qué misterios emocionantes contiene? ¿Ninguno quizá? ¿Para qué andar entonces?

La piedra que no se ve hace que el pie que anda tropiece. Cerca del suelo un papel. En letra pequeña, miles de fábulas que hablan de la vida y de un camino. Fácil recurso pero acertado ejemplo que tantos usaron.

Dos opciones contempla la princesa vestida de negro: quedarse tirada en el suelo de un camino sin emociones, o caminar a pesar de todo.

Dicen que hay lobos con piel de cordero. Dicen que hay corderos con gesto de lobo. La tierra sin vida aparente, pero mira, mirando al suelo camina la princesa vestida de negro.

Algo parece una trampa. Un agujero que sus pies esquivan. Nada dentro. Cien pasos alante una voz sale del suelo. Un pozo a ras del camino donde un ser no lo alcanza con sus manos desde dentro.

- Ayúdame! Alcánzame tu mano - Grita.

De rodillas, deja ver su mano de piel blanca. Extiende el brazo cubierto de oscuro, y el ser sale.

- Gracias. Iba algo ligero y no vi este pozo. Es algo profundo y no alcanzaba con mis manos para salir. Pero no te preocupes, no es la primera vez que me caigo. Estos pozos profundos son más jodidos, porque normalmente he de esperar a alguien que pase para que me ayude. Ya, te preguntarás que qué haría si no pasa nadie. - Sonríe. - Siempre pasa alguien.

Aparece un niño corriendo, que saluda y sonríe, y sigue su camino a toda marcha. El ser ríe.

- Ay! Juventud divino tesoro. A donde irá con tanta prisa. Bueno, ya parará cuando descubra lo evidente.

No pregunta hacia donde se dirige la princesa. Pregunta como está. Pregunta sin respuesta.

- Bueno, muchas gracias por todo. ¿Quieres que caminemos juntos un rato?

Sólo responde el viento.

- Bueno, cuídate. Yo he de seguir. - Sonríe - Y cuidado con los pozos, pero tampoco te obsesiones. Siempre pasa alguien. - Se aleja... Mira atrás y dice: - Ah! Y no olvides sonreír, princesa!

Mirando al suelo, de pie, se halla la princesa vestida de negro. Una lombriz sale de entre la tierra. Una lombriz se adentra en el suelo.

Lenta y cabizbaja, camina la princesa.

Sus pies esquivan una piedra junto a la que hay un hombre muerto. A dos mil pasos, sus ojos miran sin pausa un esqueleto dentro de un pozo, tan poco profundo, que casi está al nivel del suelo.

Desierto parece el sendero. Sólo a veces alguien pasa corriendo y llorando, y corriendo y riendo.
La luna marcha a su aposentos. El sol bosteza. El camino se vuelve dos caminos.

Ante el cruce se detiene la princesa vestida de negro, mirando al suelo. Una araña en la tierra que se dirige a un lateral del todavía único camino. Sus ojos la siguen, y al seguirla, algo más llama su atención. Se acerca.

Ahí, en un lateral, pétalos amarillos orgullosos parecen con el rocío. Cuerpo verde y manos planas. Y si miras bien, alguien diría que sonríe. Tan cerca la princesa, de rodillas se posa sobre el suelo. No hay tierra, o no sólo tierra. Un manto de vida, de vida verde. Tan bellos pétalos cautivan su mirada. Pero no es bella la rosa amarilla por sus pétalos, si no por como huele. Fragancia que no se olvida, como todo lo que olor bello contiene. Nariz blanca se acerca y respira, para recordar siempre.

Minutos, horas, no sabría decir. Mira ahí, sentada sobre la hierba, la princesa vestida de negro. Si sus cabellos no existieran, quizá incluso sonríe.

Alguien pasa. Alguien que pasea. Son dos, sin prisas. Y uno sonríe.

- Hola! Bellas ropas, aunque algo oscuras. Veo que acabas de descubrir las rosas amarillas. Una pena que no lo hubieses hecho antes. Bueno, nunca es tarde. Hasta luego! Y no olvides sonreír.

Silenciosa, sentada, la princesa vestida de negro. "¿Antes?" La nariz blanca gira, y la mirada se dirige al camino andado. Un camino de tierra, en cuyos laterales, verdes prados, y rosas amarillas, hasta donde alcanza ver.

La princesa se gira. Vuelve al principio del cruce. Dos caminos en cuyos laterales, más verde, más rosas.

Entre el día y la noche, camina la princesa vestida de negro. Mira al cielo y descubre a la luna en un amoroso relevo con el sol que sucede cada día. Absorta, tropieza el pie con una piedra. Tendida en el suelo apoya sus manos y se levanta.

Entre el día apagado y la noche, camina la princesa vestida de negro. Mira al cielo y descubre miles de estrellas. De pronto una invisible nube las oculta. Pero no hay problema. Están detrás, y la nube siempre sigue un rumbo, y siempre las deja al descubierto tarde o temprano.

Miles de sonidos brotan. Una lechuza o un búho. El sonido del agua a lo lejos. Un hombre muerto al lado de una piedra. Un esqueleto en un pozo poco profundo. En el lateral, hierba. Y si la mirada se fija bien, miles de rosas amarillas.

Triste parece a quien mira la princesa vestida de negro. Ahí va, caminando. Sus cabellos apenas dejan ver su rostro. Cuando no hay nadie dicen que mira al cielo.

Ahí va la princesa vestida de negro y en su mano, una rosa amarilla.



Alan-h
El último Vr

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